“Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay
quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea…”  Eduardo Galeano

Desde el ámbito de la atención psicológica, estamos acostumbrados a recibir en nuestras consultas a sujetos adultos que acuden a nosotros por propia iniciativa en búsqueda de ayuda. Estos asumen que nosotros desde nuestra posición de especialistas, contamos con los recursos para poder ayudarles en aquello que les preocupa. Sin embargo, algo muy diferente suele ocurrir en la terapia con menores. Aunque cada vez con más frecuencia nos encontramos con niños, niñas o adolescentes que demandan ellos mismos el comienzo de una terapia, sigue siendo más frecuente con esta población que sean “llevados” a terapia. Habitualmente son los padres o profesores los encargados de detectar algo en ellos que “no va” como se espera. Dificultades emocionales, conflictos en las relaciones con los demás, problemática escolar, conductas disruptivas…son algunos ejemplos de escenarios con los que nos encontramos en nuestras consultas.
Es en este contexto donde los encargados de atenderles tenemos que poder situarnos frente al niño o adolescente dando un valor privilegiado a su palabra, a la vez que la diferenciamos de la demanda que sus cuidadores realizan. Por supuesto acogiendo a esta última como el indicio de que hay algo que “no marcha” en él. Es por tanto que la terapia irá encaminada a que pueda surgir alguna demanda en el menor, algo con lo que él se identifique y le dé un lugar en la relación con el profesional. En el momento en el que surge una demanda propia, es cuando decimos que se ha producido la entrada al tratamiento. Este proceso mediante el cual el menor puede generar alguna demanda propia, será indispensable para comenzar un trabajo terapéutico. De ahí que, para nosotros, sea tan importante en la terapia, otorgar al sujeto el espacio y el tiempo suficiente para que algo propio pueda ir surgiendo. Abordamos de esta manera la particularidad e
individualidad de cada menor que acude a consulta. El tiempo de sesión con ellos se convierte entonces en el lugar donde tienen la oportunidad de crear su propio espacio. Se les invita a que relaten, inventen, jueguen, dibujen… Se trata de abrir la puerta a la posibilidad de que sea el niño, niña o adolescente, el responsable de crear su propio espacio y de que sea en él donde pueda surgir como sujeto. Es el lugar que permite el surgimiento de un lenguaje propio y que remite a algo que tiene que ver con su posición, es decir, de cómo se colocan en el mundo y en relación a los demás.

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